jueves, 9 de abril de 2009

EL PORQUE SON NECESARIAS LAS FFAA EN EL ESTADO- NACION

Condensado por: el COR FAP (r) Luis Bernedo Boado

“La Guerra es un instrumento de la política, debe llevar, necesariamente, el carácter de la política; debe medir con el carácter de la política. La conducción de la guerra, en sus grandes lineamientos es, en consecuencia, la política misma, que empuña la espada en lugar de la pluma, pero no cesa, por esa razón, de pensar de acuerdo a sus propias leyes”.1

1.- LA TEORÍA DEL PODER, EL ESTADO Y LAS FUERZAS ARMADAS

Las ciencias militares, como tal, son un sub-componente de la ciencia política y las ciencias sociales. Desde el siglo XIX el desarrollo de teorías de interpretación del rol de los ejércitos en la estructura social de una comunidad, nación o conglomerado de países, sumado a su ubicación y peso específico en los sistemas políticos llevó a que se le considere una ciencia social con su aparato crítico y epistemológico propio.
Todo Estado-Nación requiere de Fuerzas Armadas, ello sin distinción de su naturaleza teocrática, autoritaria, totalitaria, monárquica o democrática. Según uno de los más reconocidos estudiosos del militarismo, Alfred Vagts: “El ejército es el seguro de la paz. El presupuesto militar es lo que una nación, sus ciudadanos y su economía, deben pagar para ser independientes”2 . Esta premisa es válida para todas las épocas históricas y civilizaciones. La ciencia militar precede incluso a la ciencia política y ésta recoge conceptos de la primera: estrategia, campaña, táctica, etcétera. Por ello, la base de la ciencia política es la teoría de la guerra.

Desde el pensamiento estratégico desarrollado en el período de los Reinos Combatientes en China, entre los años 475 y 221 AC, hay aproximaciones de la llamada relación cívico-militar. Entre sus autores están el gran filósofo Confucio y el padre de la ciencia militar, Sun Wu, también conocido como Sun Tzu3. Posteriormente, otra base de la filosofía política –la desarrollada en Grecia y Roma– realizó aproximaciones sobre las relaciones entre los gobernantes y los defensores de las Ciudades-Estados.

En Grecia, antes de organizarse la población en Estados, había propietarios que organizaban sus pequeños ejércitos para protegerse. A los primeros soldados se les denominó ‘basileus’: “El estatus del guerrero en la Grecia temprana y su función en mantener y justificar a las instituciones políticas, los valores éticos y los beneficios económicos, fueron claros. En esas circunstancias el basileus era un hombre que podía combatir y atraer a otros a que lo hicieran con él, y así emergió una nobleza armada”4. En el llamado mundo occidental, el Imperio Romano es el que primero organiza un ejército profesional, para defenderse y expandir sus territorios5.

Lo que se conoce como la teoría moderna de la ciencia política es la que se desarrolla a partir del Renacimiento –básicamente en Italia durante el siglo XVI– donde las relaciones entre el aparato de conducción política y el de la defensa se consideran claves para el éxito y consolidación de un Estado, o por el contrario, para determinar su fracaso e inviabilidad. En esa época, Nicolás Maquiavelo comenzó a elaborar las reglas a que debe responder todo ejército moderno.

1. Karl von Clausewitz. 1973. De la guerra, 3 tomos, Diógenes, México, Tomo III, p. 352. 2. Vagts, Alfred. 1959. A History of Militarism, Greenwood Press Publishers, Westport, Connecticut. (Segunda edición revisada. Primera edición 1937), p. 363. 3. Fragmentos de Sun Tzu, tomados de El Arte de la Guerra, ed. Electra, Colombia, 1993. 4. Vasillopulos, Christopher. 1998. “The Nature of Athenian Hoplite Democracy”, en Peter Karsten (editor) The Military-State-Society Symbiosis, Garland Publishing, New York and London, p. 53. 5. La actual nomenclatura de los grados militares proviene de los ejércitos romanos. Ver Howard, Michael. 1983. La guerra en la Historia Europea, FCE, México.

Contrario a la utilización de mercenarios “por obra” sin importar nacionalidad, modalidad predominante en la Edad Media, Maquiavelo señala que se debe configurar un ejército permanente para defender un reino, y que debe estar unido por lazos de identidad, “ciudadanos”. Más allá de ser ejércitos bien o mal pagados, los soldados deben entregar su vida por convicción y deben ser permanentes, es decir, profesionales de su actividad y deben de conducirse por principios.

Este elemento, el moral, Maquiavelo lo desprende de los últimos momentos de las Guerras Cruzadas en el Mediterráneo, donde la “convicción católica” contra los Moros, o sea, la entrega religiosa-moral, fue la que llevó finalmente a la victoria. El libro que lo hiciera famoso en la posteridad, El Príncipe, se volvió referencia obligada para los politólogos hasta el Siglo XIX 6 . El Arte de la Guerra fue escrito con el objeto de organizar una milicia para combatir a España y Francia, enemigas de Florencia. Basado en esta obra de Maquiavelo, Karl Deutch definió la noción clave de la ciencia política, “el poder”: “El poder es fundamentalmente la capacidad del empleo de la fuerza, se creó por medios militares, financieros y diplomáticos, y se apoyó en el control de territorios, poblaciones, y la motivación de las tropas propias. Los soldados deben reclutarse en los propios territorios del príncipe, para que al servirlo estén defendiendo su propio país”7.

2.- POLÍTICA, ECONOMÍA Y DEFENSA

El padre de la economía política, Adam Smith, en su famoso libro Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones –escrito a mediados del siglo XVIII– afirmó que “la primera obligación del Soberano es proteger la sociedad contra la violencia y la invasión de otras sociedades independientes, no puede realizarse por otro medio que el de la fuerza militar”8. Estas apreciaciones de Adam Smith se pueden considerar la base de la necesidad de justificar el brazo armado del Estado mediante un ejército permanente y profesional:

“Cuando la fuerza militar está en manos de quienes tienen el mayor interés en defender la autoridad civil, porque participan en gran medida de tal autoridad, un ejército permanente jamás puede ser peligroso para la libertad. Por el contrario, la favorece las más de las veces. La seguridad que presta al Soberano impide que crezca aquel pernicioso recelo que en algunas repúblicas modernas parece difundirse hasta en las más nimias actividades, amenazando turbar en todo momento la paz de los ciudadanos. Cuando peligra la seguridad del magistrado, alentada por el descontento popular, aun cuando la defiendan los principales sectores del país; cuando un pequeño tumulto es capaz de desatar en pocas horas una gran revolución, ha de emplearse toda la autoridad del gobierno en castigar y suprimir el más leve murmullo y queja que contra él se levante. Por el contrario, si un soberano se ve sostenido, no solo por la natural aristocracia del país, sino por un ejército permanente y bien disciplinado, las protestas mas anárquicas, infundadas y violentas no le causan la menor inquietud. Puede tranquilamente despreciarlas o perdonarlas, y le dispone naturalmente a proceder así la conciencia de su propia seguridad. (...) En estas condiciones, la primera obligación del Soberano, que es de proteger la sociedad de la violencia e injusticia de las demás sociedades independientes, se va haciendo gradualmente más costosa, a medida que avanza la civilización. La fuerza militar, que en un principio no ocasionó ningún gasto al Soberano en época de paz o de guerra, con los progresos sociales es necesario que la sostenga, primero, en periodos de guerra, y después, en tiempos de paz”9. A fines del siglo XVIII, mientras Thomas Hobbes hacía notar la necesidad de fortalecer la seguridad para consolidar una nación, Friedrich Hegel señalaba en Prusia la teoría del “Estado Absoluto”.

6. En vida sólo su libro El Arte de la Guerra fue publicado. Maquiavelo, Nicolás. 1974. El arte de la guerra. Ed. Femi, Editions Femi Geneve, edición española para la colección “Los amigos de la historia”. Madrid. 7. Deutch, Karl W. 1976. Política y gobierno, F.C.E., México, pág. 89 8. Libro quinto, capítulo 1, parte 1, “De los gastos de la defensa”. Smith, Adam. 1997. 9. 13 Idem., p. 627.

A inicios del siglo XIX, también en Prusia, Karl von Clausewitz, en su obra máxima De la Guerra, hablaba de la íntima relación de los fines políticos con los militares y como éstos a final de cuentas respondían a los proyectos políticos de los conductores del Estado, analizando a detalle las campañas de Napoleón en Europa y su desmedida ambición para dominar el continente. Clausewitz es el primero en reivindicar el valor del “pueblo” en la guerra, desprendido del concepto de soldado-ciudadano de Maquiavelo. Esta visión que vincula lo político a lo militar, en las doctrinas occidentales se retroalimenta con las teorías de la sociedad civil que dan pie a la construcción de un Estado democrático como opción a la monarquía absoluta. O sea, el pueblo se vuelve factor deliberativo en la política. Apareció así, a la par, el tema del sufragio universal y de la nacionalidad durante el siglo XIX.

La más famosa frase de la teoría de Clausewitz es la base para entender las relaciones cívico-militares actuales: “La guerra es la continuación de la política por otros medios (precisamente los violentos)”10 . Clausewitz, discípulo de Hegel, retomó de éste la teoría dialéctica del poder y del Estado11.

Hegel sostenía que la guerra era un “mal necesario” para realizar el “espíritu absoluto”, o sea, la guerra como condición fundacional de un Estado-Nación, y sostuvo que Napoleón era el “espíritu universal a caballo”12. Por ello, para Clausewitz esta frase tiene que ser tomada en cuenta de forma dialéctica, donde también “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Entre ambos axiomas hay una íntima relación. Cuando la guerra es la continuación de la política, los comandantes militares están subordinados a los civiles, cuando la política es la continuación de la guerra, se habla de un Estado militarizado, donde primero están los propósitos militares y a ellos responden las acciones políticas. Cuando se consolida el Estado moderno y poco a poco el “ciudadano” se vuelve actor importante, rompiendo con el paradigma del Estado Absoluto de Hegel, entonces el Estado se debe a los ciudadanos, siendo éste el principal paradigma de Clausewitz13, por ello, entre ciudadanos de un mismo Estado ya no puede darse el aniquilamiento de los adversarios14.

Así aparece la política como opción. Al ser la política continuación –y negación al mismo tiempo– de la guerra, emergen las formas pacíficas de lucha por el poder como forma alternativa, y con ello la democracia. En la era moderna, en Gran Bretaña, después de grandes movimientos populares de protesta contra los abusos de la monarquía, se logró una solución “mágica”, de equilibrio de poder, iniciándose con ello la llamada “democracia electoral-ciudadana”. Para resolver las necesidades políticas de representación de la población, la familia real y la corte acceden a crear un sistema “Bicameral”, que le reduce poder a la nobleza, representada en la Cámara de los Lores. La fundación de la Cámara de los Comunes, también llamados representantes populares, seleccionados a través de elecciones, se volvió la modalidad política para compartir el poder entre un viejo Estado monárquico y un Estado moderno (de ciudadanos). Así, la primera forma de democracia moderna fue la Monarquía Parlamentaria. Las primeras formas de parlamento inician a la par del desarrollo del concepto de “representación”15.

10. Karl von Clausewitz De la guerra, op. cit. Tomo I, p. 24. 11. El ensayo más completo sobre la relación entre la guerra, la nación y el Estado en el pensamiento de Clausewitz, véase en Aron, Raymond. 1976. Penser la guerre, Clausewitz, 2 vols., Gallimard, París. 12. Bouthoul, Gastón. 1971. La guerra, Oikos-Tau, Barcelona, pág. 16. 13. Paret, Peter. 1992. Understanding War. Essays on Clausewitz and the History of Military Power, Princeton University Press, Princeton. 14. Caillois, Roger. La cuesta de la guerra, FCE, México, 1972. 15. Ver Cotta, Mauricio. 1991. “Parlamentos y representación”, en Gianfranco Pasquino etal. Manual de Ciencia Política, Alianza Universidad, Madrid.

Si bien la monarquía no se logró consolidar como opción de organización gubernamental en América Latina, hay que tener en cuenta que en los dos países más grandes, México y Brasil, sus esquemas políticos fundacionales fueron monárquicos. En el caso de México los conservadores no abandonaron la monarquía como opción hasta después de
l fracaso de la intervención francesa en 1867.

La contribución de lo anterior es que distinguió entre el Estado y el gobierno. El gobierno estaría formado –a partir de esta revolución democrática– por las instituciones que administran los impuestos de la población, y una parte de ellos la propia población debe decidir cómo gastarlos a través de sus representantes. Para decidir quién conforma el gobierno se dan los procesos electorales, primero entre pagadores de impuestos, después, muy lentamente, se universalizan los votantes. Para ello aparecen los partidos políticos, mismos que deben hacer “campañas” para atraer el apoyo de la población. De esa forma se alejó el fantasma de la insurrección y guerra popular para cambiar o derrocar monarcas, dirigentes y gobernantes.

El poder de los ejércitos es sustituido por el poder de las ideas, para convencer a los ciudadanos. Por ello las guerras, incluidas las políticas, las hacen los ciudadanos y se consolida el axioma de Clausewitz de que debe ser la política la prioridad y la que decide la guerra. En otras palabras, los políticos conducen a los militares, y les dan los recursos en primera instancia para que defiendan el país. Por eso, para el general prusiano, la defensa es superior al ataque, debido a que la relación gobierno-ciudadanos se sostiene en la fuerza moral, pues un gobierno tiene que tener capacidad para convencer a la población de ser movilizada. Esto es lo que sería una “guerra legítima”. Clausewitz le denomina el “espíritu” de una guerra. Fuerza moral es: “el espíritu que impregna toda la esfera de la guerra (...) El Estado de ánimo y otras cualidades morales de un ejército, de un general, o de un gobierno, la opinión pública en las regiones donde se desarrolla la guerra”16.

Por lo anterior, las Fuerzas Armadas, como instrumento del Estado para ejercer la “violencia legítima”, deben de tener una estrecha relación con la parte civil del gobierno, encargada de proveer tanto la conducción política como los recursos financieros para la movilización. Los dos hechos históricos que dan fundamento a esta teoría son la revolución inglesa de Oliver Cromwell y la revolución de independencia de Estados Unidos, donde desde el momento fundacional el poder se concentró en la figura del presidente y las fuerzas militares respondieron a los designios del poder político electo. En el caso de la revolución francesa los ciudadanos movilizados destituyeron a la monarquía absoluta, pero el proceso de construcción de instituciones republicanas y democráticas tuvo grandes altibajos durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. En la democracia, sea en forma de república o como una monarquía parlamentaria, la ciencia política desarrolla el concepto de equilibrio de poderes dentro de un Estado, a fin de evitar la concentración en alguno de sus componentes.

El caso de Francia es un ejemplo de cómo la revolución de 1789 creó un sistema de supremacía militar, donde los soldados de la Corona no la defendieron al final, pues fueron influenciados por la ola popular revolucionaria17; como resultado, el primer periodo de la Revolución Francesa se basó en un sistema de predominio civil. El ejército monárquico anterior quedó desmantelado, pero se necesitaba configurar otro rápidamente para defender a Francia de la posible ofensiva de las monarquías, principalmente las del centro de Europa, que se sentían amenazadas por la revolución, conformándose ejércitos de masas como protectores de la República. También se crearon guardias nacionales para defender las ciudades y provincias. La guardia nacional de París fue muy famosa. Para defender la República, los ejércitos de masas llegaron a tener hasta 500 mil hombres18.

A fines del siglo XVIII e inicios del XIX apareció la figura de Napoleón Bonaparte para revolucionar toda la estructura militar. Con Napoleón se perdió el control civil, se convirtió de soldado en militarista y todos los recursos del Estado se debían concentrar hacia las fuerzas armadas19. En otras palabras, el general se volvió emperador. La creación de una coalición europea contra Napoleón fue una reacción cívico-militar (de las monarquías, sus bases de poder en las elites terratenientes y su cuerpo de oficiales) en cuanto se trataba de evitar una réplica de la revolución francesa en sus respectivos países. Las clases nobles europeas obligaron a sus ejércitos a intentar frenar esta posibilidad20.

16. Clausewitz, op. cit. Tomo I, p. 34.
17. Vagts, Alfred. Op. cit., p. 104.

18. Ídem, p. 109-111.

19. Ídem, p. 127-129.

20. Ídem, p. 148-149.


CONCLUSIONES: LA FUERZA TEÓRICA DE MAX WEBER

Tomando en cuenta lo expuesto, durante el siglo XX aparece la teoría de las relaciones cívico-militares como un complemento de la teoría del Estado, de la gobernabilidad y de los equilibrios de poder que se deben establecer en el contexto de un Estado democrático. Para ello, el marco teórico para el análisis de las relaciones entre civiles y militares en los países en vías de desarrollo se ubica en los conceptos de la teoría “occidental”, donde el Estado se busca construir como “democrático” y “liberal”. En este contexto, existe un Esta
do con división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), un sistema político de representación plural y una sociedad civil activa, donde sus factores participantes tienen opinión y representación: prensa libre, academia, organizaciones no gubernamentales, etcétera. En este modelo de Estado moderno la eliminación de las fuerzas militares “alternativas” (sean feudales o privadas), mediante procesos legales y de imposición de la autoridad, conducen a que sólo el Estado pueda ejercer la violencia de forma legítima.

Según Max Weber, el Estado moderno “es aquella comunidad humana que en el interior de un determinado territorio reclama para sí (con éxito) el monopolio de la co
acción física legítima”, por lo que es el único que puede, legal y políticamente, usar la fuerza en una sociedad. Estas son las condiciones que deben prevalecer para definir el “tipo ideal” de relaciones cívico-militares. La diferencia fundamental entre las Fuerzas Armadas de un país avanzado y uno en vías de desarrollo, es que en el primero se configuran para la defensa del país ante amenazas externas, mientras que en el segundo, además de las amenazas externas, los militares se dedican a cumplir misiones al interior de las fronteras, sea para apoyar el proceso de modernización, o para cubrir vacíos en la capacidad de gestión del Estado en otros ámbitos. Esto último afecta la profesionalización militar, pues muchas veces predominan fuerzas armadas politizadas, o realizando acciones no militares. Este paradigma es la constante actual de América Latina a inicios del siglo XXI, y continúan presentes los debates entre profesionalización,la relación civil-militar en el ámbito de las misiones a desarrollarse por las Fuerzas Armadas, y cómo ello beneficia o perjudica a la democracia.

LO QUE DEBEMOS RESCATAR


En el Perú de hoy, nos encontramos en una total incertidumbre y profunda preocupación por una falta de voluntad política al no asumir la actual administración sus responsabilidades que le competen, en cuanto a una adecuada política de seguridad, a tal punto de dejar al país en una situación de total indefensión tanto en el frente interno como externo, peligrando su supervivencia como estado, la de sus habitantes y del sistema de gobernabilidad que elegimos al comenzar nuestra vida republicana, que es esa democracia por la que siempre la defendimos como buenos soldados – ciudadanos.

La actual coyuntura política con nuestro vecino país del sur por el diferendo marítimo, nos lleva a pensar al margen de nuestros reales y justos argumentos diplomáticos en esta contienda, que el Estado peruano debe ser mas fuerte que nunca sobre todo ante cualquier amenaza de índole externo; y es Ahora, cuando más debemos velar por la capacidad operativa de nuestras FFAA cubriendo sus reales requerimientos y necesidades, de tal forma que llegado el momento puedan cumplir a cabalidad la misión encomendada por la constitución del Perú.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Aron, Raymond. 1976. Penser la guerre, Clausewitz, 2 vols., Gallimard, París
Bañon, Rafael y Olmeda, José Antonio. 1985. “El estudio de las fuerzas armadas”, en Rafael Bañon y José Antonio Olmeda (compiladores). La institución militar en el Estado contemporáneo, Alianza Editorial, Madrid.
Benton, William A. 1998. “Pennsylvania Revolutionary Officers and the Bouthoul, Gastón. 1971. La guerra, Oikos-Tau, Barcelona.

Caillois, Roger. 1972. La cuesta de la guerra, FCE, México.
Clausewitz, Karl von. 1973. De la guerra, 3 tomos, Diógenes, México.
Cotta, Mauricio. 1991. “Parlamentos y representación”. En: Gianfranco Pasquino et al., Manual de Ciencia Política, Alianza Universidad, Madrid.
Deutch, Karl W. 1976. Política y gobierno, FCE, México. Howard, Michael. 1983. La guerra en la Historia Europea, FCE, México.
Lenin, Vladimir I. 1975. El Estado y la Revolución, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín. Lenin, Vladimir. 1973. Obras Militares Escogidas, ed. El Caballito, México.
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Shy, John. 1998. “A New Look at Colonial Militia”. En: Peter Karsten (editor). The Military-State-Society Symbiosis, Garland Publishing, New York and London.

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Sun Tzu. 1993. El Arte de la Guerra, ed. Electra, Colombia.
Tocqueville, Alexis de. 1990. Democracy in America, 2 vols., Vintage Classics, New York.

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